sábado, 20 de octubre de 2018

Nos despreciáis por muchos motivos (Poemas sobre el libro de mi trabajo)

Abajo,
en la menos tres (-3),
estamos nosotros.

Nos despreciáis por muchos motivos:

Uno) Porque somos la imagen que os devuelve el espejo de lo real.

Yo sé quién eres (Del poemario, "En defensa del Monigote")

Toda mi existencia gira en torno a lo mismo,
en ser amado,

¿pero quién ama a los monigotes?

Llegados a este punto, necesito una máscara,
un disfraz,
una apariencia que me oculte,

que te engañe, por decirlo de alguna manera.


Pero tú sabes quién soy.

miércoles, 17 de octubre de 2018

La posibilidad del robo al tren blindado

"De mi vida laboral sólo espero un premio de lotería que me permita salir corriendo."

La gran Ilusión, por llamarlo de otra manera.


Podría esperar la llegada de la Gran Transformación,
el suceso, que convierta al horrible Moloch en un ser amable.

Para entonces ya estaremos muertos.

Sé que hay un atajo, pero está cerrado.
Que hay un hombre con bigote a la entrada
y un monstruo.
Una bala.
La caída al Tártaro.

Pero si a pesar del gran ojo,
del gran riesgo,
de todos los peligros,
arrancara el candado y atravesara el portón de lo prohibido,
llegaría, exactamente, al mismo lugar donde me encuentro ahora:

al Sol, a un momento dulce.
A una mañana en el parque.

Pero solo porque hoy es festivo.

La diferencia es que mañana será otro día:

A un lado se encontrará Moloch, y al otro, la promesa de la muerte,
y son exactamente lo mismo.






jueves, 11 de octubre de 2018

El famoso sueño del hombre subido a la hoja otoñal de un baobab descomunal.

Tengo miedo.

Me asomo a la ventana para ver otra vez ese otoño
de hojas gigantes,
de baobabs descomunales,

y que nunca se acaba.


A Ella, a la ciudad, le gusta maquillarse con todos los colores
y reír.
Su rostro de adoquín, ríe tanto, que no puede escuchar su propio llanto.


Tengo miedo de las hojas mortales,
del bombardeo diario.

Tenemos que cortar todos los árboles.


El baobab es enorme. Bárbaro. Crece espontaneo.
De corte fácil,
derriba los pisos baratos de los márgenes.
Su enorme tronco separa los barrios.

Cuando un baobab gigante cae, levanta tanto polvo
que me hace llorar.
Me nubla la vista durante años.


Me asusta la sombra de la hoja cayendo,
siempre cayendo desde los cielos.

Cuando salgo a la calle lo hago corriendo, para evitar el encuentro.
Para evitar los males.

Rehuyo ciertos barrios, donde los baobabs se repueblan.
A veces, crecen en mil años,
otras, en solo un instante.

Corro, siempre corro.
No sea que...


Ha ocurrido. Ya no está.
Mi casa no existe.
El otoño se lo ha llevado.

"¿No oíste el grito?"
"No lo oí. Estaba trabajando"

Los baobabs gritan.
gritan cuando se rompen,
cuando caen,
cuando el hacha siega sus pies.

Gritos desesperados, como el del recién nacido.

Cuando cayó el baobab, también cayó mi casa.


Hace frío.
Cae la noche y hace frío.
El parque se siembra de aplastados.

Bajo las hojas duermen los muertos.

Y me hacen sitio.
Me arropan y abrazan.

Duermo.


Despierto en el parque.
Paseo sin prisa.
Bebo en sus fuentes a cambio de nada.

Quizá tenga un nombre, pero no recuerdo.

Me oculto bajo las hojas,
como si no viviera.


Hay días de misterio,
donde el parque se nos viste de puerta.

Hay días que lleva un candado en su cara.

Donde el paseo tiene un precio.

Y el gran dedo, el gran dedo, me señala.



Hay días en los que me sueño
subido a la hoja de un baobab muerto,
y me siento, y me elevo,

me elevo
y me subo a los cielos.


Nada temo.