A pesar de la mirada del maligno, robándome siempre el tiempo.
Observo con detalle mi rostro en una de las fotos, y se me está yendo el cuerpo.
En cualquier momento puede iniciarse el descenso, si es que ya no ha empezado.
Una bajada a velocidad supersónica, pero sin emoción alguna,
donde al final el vehículo siempre descarrila.
Y a pesar de mi escepticismo,
de la desaparición de los dioses,
del fin redentor de la poesía y la magia, que no existen,
me conmuevo.
Y salgo a la calle con ganas de rotazar, de compartir lo que queda de tierno y suave
en mi cuerpo.
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