Hay tiempo para todo.
No sé si sueño, si mis ojos permanecen cerrados.
No sé si mis dedos, mis labios, mis pies, mis piernas, mis brazos
quieren moverse,
pesan tanto.
Estoy vivo.
Abro los ojos y miro al techo sin verlo.
Repaso el día, justo ahora que comienza.
Tengo que ducharme, por ese orden.
Tengo tiempo para ello.
Tengo tiempo después, a pesar de la indolencia, para hacerme un zumo a mano, eléctrico,
por ese orden.
Sí, tengo tiempo. Hay tiempo para todo.
Para afeitarme, ducharme, lavarme los dientes, luchar a muerte contra
los ácaros, barrer, fregar, ordenar sistemáticamente el piso, wasapear
con unos y con otros para asegurarme de que existo, de que existo, para tocar al
menos entre media hora y una hora el xilófono, si es que lo he comprado, o continuar con la flauta dulce, por aquello de dotarme de la
plasticidad cerebral precisa y continuar con la producción creativa
hasta una edad avanzada, lo leí en un libro. Hay tiempo para depilarme, para arrancarme los pelos
que escapan de la nariz y ahora también de las orejas, para dormir ocho horas, como mínimo, por
supuesto, hay tiempo para la siesta. Si, hay tiempo para todo, para salir a correr y a pasear. Tres
cuartos de hora podría estar bien. A partir de los 40, dos horas. Tiempo para practicar el taichi, aunque es posible que los movimientos me los esté inventado. Un baño relajante, es
necesario. Hacer la compra, un zumo con la licuadora a diario. Hay
que dedicar un tiempo a pensar, qué menos que una hora, y encontrar otra hora, como mínimo, para escribir mis recuerdos. Memorias antes del olvido: Las gentes del futuro tienen derecho a saber que he existido, cómo he desperdiciado la existencia. Tendría que encontrar ese hueco, siempre, para contestar a las
respuestas de mis comentarios en Facebook, Instagram o Twitter. Es un
gesto mínimo de amabilidad y convivencionalidad. Felicitar a quién
corresponda. No vivo solo en este mundo. Solo. Hay tiempo para telefonear a los que quiero para escuchar su voz, para establecer una cita,
para enamorarme, para hacer el amor, para ir al trabajo, para tomarme
unas cervezas con los compañeros a la salida del curre, para jugar con
el gato, para barrer los pelos de gato, para jugar con los niños, para
ir a la farmacia a por antihistamínicos. Hay tiempo para cultivarse, para cultivarme, para aprender a
cada instante, estudiar, seguir formándome, sacarme el carnet, el de
conducir, por ejemplo, o el de submarinista, o el de la biblioteca, o el del zoo,o el del museo, para viajar a algún
destino exótico: oriente, quizá. Hay tiempo para subir al monte el
finde, de ascender montañas, descenderlas, bañarse en el rio. Hay tiempo para respirar, para ver el mundo
desde lo alto, contemplando el horizonte como un personaje romántico. Hay tiempo para la bicicleta, todos los días, como apuesta política, para
aproximar un futuro que pronto existirá, para abrir las puertas a la
democracia atlética. Hay tiempo par madrugar. Tirar la ropa vieja. Ir a la
mani. Hay tiempo para cuidar a los amigos, a un familiar enfermo. Hay tiempo para ir a los
entierros. Tiempo para el recuerdo; de mis padres, por ejemplo. Para ir a la exposición, para preparar tu propia exposición.
Hay tiempo para conocer nuevos sabores, para descubrirlos en el
supermercado, para encontrarlos en las cenas con los amigos. Para hacer
la cena, para descubrir un camino nuevo, una sorpresa, una idea. Hay tiempo para hacer amigos, para engendrar hijos, para
dejarme el bigote. Tiempo para la libre expresión, para escribir un
poema a diario, una viñeta, una comedia, un relato, para ser un cobarde. Hay tiempo para
seguir la actualidad críticamente, para pensar críticamente, para
comprarme el L'Monde Diplomatique, para echarle un vistazo, para leer
los titulares. Para no pensar. Hay tiempo para organizarse, para oponerme a la privatización
del servicio donde trabajo, para ir al cine, para escribir a la
dirección del curre, para calmar mis miedos, para emborracharme. Hay
tiempo para sentir a los que ya no están en las cosas y en el aire, en los que ya han muerto,
tiempo para tumbarme en la yerba del parque, para ir al programa de mis colegas de la
emisora del barrio. Hay tiempo para asociarme, aunque sea un rato, para cambiar el mundo, para destruirlo,
para reunirme con los vecinos, para hablar ante la asamblea, en alto, bien en alto, para quedarme callado.
Hay tiempo para todo, para ir de tiendas, para acudir a la cita semanal con mi
psicólogo, para salir a fumar, para ver la película, para hacer
palomitas, para ir al teatro una vez al mes. Hay tiempo para hacer
pesas, para escribir cartas de amor, para ir en autobús, para
coleccionar cosas, para prepararme la oposición de friegaplatos. Hay tiempo para seguir
el partido, para seguir todos los partidos, para vagabundear sin rumbo,
para aprender una cosa nueva todos los días, para comprar lotería, para
inventar cosas, para arreglar cosas, para meterse el bajo del pantalón.
Hay tiempo para ir a la fiesta y para regar las plantas, para ir a la barbacoa en el ático sin estar nunca cansado, para volver a casa de madrugada en el autobús nocturno haciendo mil paradas. Tiempo para ir al chino, al contenedor, al otro contenedor, para darse crema y
lavarse el pelo. Hay tiempo para ir en busca del libro. Para apartarse de la carne, para buscar en el espejo el atisbo juvenil que se va perdiendo, para encontrarme un muerto. Un muerto. Hay tiempo para todo, para ir al trabajo, para volver, para escribir en el trayecto un sueño. Para trabajar, para perder el tiempo, para trabajar de nuevo. Para encontrarme en la cama agotado, para despertar, pesado, mirando al techo.