Mi cuerpo es, desde luego, el templo,
ya es hora de saberlo
y esas ganas siempre de los otros
de atravesarlo,
de poseerlo
y yo le miro
sorprendido todos los días
y me pregunto
por qué no ofrezco al dios de mi cuerpo
frutas
e incienso
acaso sea otro su dueño
Que breve y que poca luz desprende
el fuego
de un templo ardiendo
Nadie lo ve
yo no lo veo
quizá somos los ciegos
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