Amaneció en el cielo un ojo.
Enorme. Marrón para ser preciso, que pestañeaba nervioso,
que turbaba los aires,
que penetraba goloso.
Ojo de mil kilómetros
que seguía mis pasos de insignificante miedoso.
"¡Es Dios!"- Decía la gente.
"¡Un mirón!"-Decían los otros.
"¿Tiene Dios pelos en el ojos?"- Pregunto.
Cayó un pelo del cielo aplastándonos a todos.
Aplastándonos como piojos.
Noche oscura de insomnio,
nocturno de terremoto,
el fin del mundo se anuncia
vestido con alboroto.
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