No se te ocurre otra cosa que rociar a Dios
hasta reducirlo
al tamaño de una cucaracha
y lo coges con pinzas
y lo guardas en un frasco de metraquilato
y él te grita:
"¡Hijo de puta, sácame de aquí!"
y sonríes
y colocas a Dios en el aparador
junto a Tarzán, Supermán y Tintín
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