sábado, 31 de agosto de 2013

Y de repente, despierto con un ligero dolor de cabeza

Mi temor es que pudieran morir algunas cuantas millones de neuronas,
justo ahora,
cuando debería reorganizar, de nuevo, mi existencia,
poner mi vida a examen,
y hacer una cosa nueva todos los días.
Mientras tanto
estos dos días libres han sido un verdadero desastre,
y sin embargo,
no ha pasado nada.
Esto es, demasiadas cosas.

Ella me dijo que había conocido a otro chico,
yo la dije que daba igual, que no era celoso.
Ella me dijo que no podía ser,
yo la dije que podríamos ser amigos,
ella me dijo que le parecía bien.
Nos dimos un abrazo al despedirnos
pero yo sabía
que nunca más nos volveríamos a ver.

Me desperté a las cinco y media de la madrugada
y ya no pude conciliar el sueño.
Me duché y me afeité,
exprimí una frutas y preparé un té.
Después escribí unos poemas y me volví a acostar.

Me levanté tarde, a las doce
y fui a regar las plantas de Ángel, que estaba de vacaciones.
Cuando volví al piso
me decidí a ir a la biblioteca en bici para devolver unos libros sobre el teatro barroco.
A mitad de camino cambié de planes
y regresé a casa.

Preparé una ensalada y una crema de pepinos
y volví a la cama con la excusa de la siesta.
Cuando desperté, ya eran las seis y media,
puse un vídeo sobre  la longevidad mientras me duchaba
y me encaminé a la biblioteca.
De camino llamé a unos amigos
pero mi búsqueda resultó estéril.
Devolví los libros y di un breve paseo por el centro,
después cogí el tren.

Me apeé en Aluche, donde tenía la bicicleta,
pero en vez de volver a casa
me quedé en una terraza próxima a la estación.
y como siempre
tuve cierta indecisión a la hora de elegir mesa.
Saqué mi tabaco de liar, mi cuaderno, y pedí una jarra de cerveza,
la más grande,
y después otra.
Con la segunda cerveza comencé a sentirme mejor.

Mientras escribo esto
la irrealidad repuebla este instante,
rodeado de parejas,
chicas solas,
y borrachines hablando a voces.

Cada vez hay menos gente en la plaza.
Es viernes.
Comienza a refrescar.
Apuro la cerveza y para acabar trato de dar sentido a la existencia.
Es en vano.
Quizá se trata de resistir como sea a la melancolía,
a la vejez,
a la enfermedad y a la muerte.
Resistir a esta maquinaria que nos arrastra,
encontrarse con los otros,
estar,
ser como uno es, al fin,
ensoñar,
regalar pequeñas propuestas.

Pero aun así,
siempre vuelve aparecer este extrañamiento que me sobresalta








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