La fantasía que me hace creer en el poemario infinito,
en el despertar, por miles, de este esplendor crepuscular mío
con beso incluido,
antes siquiera de abrir los ojos al mundo.
La fantasía que me transporta a ese país inédito,
a mares donde nunca se pone el Sol,
a la tierra de mis ancestros,
donde los puentes de Moloch por fin han sido quemados.
E imagino un zumo en un bucle perfecto, todas las mañanas,
en el empleo, por placer, del buscador de sexo,
comiendo ostras, arrodillado,
creyendo haber llegado a las puertas de la diosa,
en el mínimo que exige toda realidad.
Y de repente va, y desaparece.
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