Nuestra señora es como el demonio.
Más valiera levantar grandes muros, como en Cisjordania,
no sea que circulen en secreto estampas con su rostro cambiante,
o se canten sus canciones en los bares y los parques,
o se levante un templo en su nombre,
y los ancianos sin júbilo, se conviertan en día en bombas y exploten.
Un demonio, si, como un suspiro,
atravesando las cerraduras, cambiándolo todo de sitio.
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