Tengo la intuición de que el estudio destruye el cerebro,
curiosa paradoja,
o simplemente es la excusa para dedicarme a mis placeres y a mis cosas.
Sea lo que sea me arriesgo,
aunque no creo que sea peor que los golpes del estrés o el miedo,
que las agujas del tiempo clavadas sobre mi cuerpo,
que el traslado,
que el dios Salario, negándose a dar el paso más allá del umbral de la puerta,
que la caída en el trabajo, donde no está permitido el pensamiento, y la vida va pasando.
Y sin embargo, cómo resistirse a las maravillas de la biblioteca,
a ese trozo de socialismo en Mandril.
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