Llegará el tiempo del descanso, esto es, del no parar jamás,
donde el día por fin será de cuarenta y ocho horas.
Imagino que llegado ese día tocaré el violín y lo haré bien.
Podré cantar más allá de lo solitario.
Jugar con los gatos,
dedicar a los otros todo el tiempo que me plazca.
Decir que para entonces habré dejado de someterme a la miseria del trabajo.
Será el trabajo, si es que se le pueda llamar así en adelante, el juegue conmigo,
como un igual.
Ya te digo que para entonces tendremos que cambiarle de nombre.
Espero que cuando llegue ese tiempo,
la vida haya dejado de ser una retahila de sufrimientos,
de necesidad, siempre humillándonos.
La rutina, si es que existe, no será más la obligación,
aquella en la que nos arrastramos.
Podremos vivir sin que nos cerque la entropía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario