Dos mil quinientos años de historia te observan,
y sin embargo das vueltas en el círculo de la necesidad sin saber que existes.
Tan solo debías amar al hombre menguante,
aquel que en otro tiempo atravesó las nubes.
Todavía queda algo de su rastro:
retales de descanso, derechos políticos, cuidados,
y algunas perras para cuando el tiempo llegue partiendo los huesos.
Yo creía que del amor entre Mi Señora y el hombre menguante
nacería un ser nuevo,
más amable,
que penetraría por las sendas del futuro liviano,
sin las cargas y los horrores del pasado.
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