Un simple boli bic azul, puede pesar más que una tonelada,
¿cómo escribir entonces maravillas en el metro,
en este mismo cuaderno,
camino del trabajo?
Y es que las propias ideas, evanescentes,
se hacen densas.
Demasiado pesadas para nuestras mentes.
Apenas pueden moverse un solo milímetro.
Si despierto con mis labios cosidos.
No esperes de mí que puedan brotar frases ingeniosas,
aunque lo esté deseando.
No puedo hablar.
Si acaso responderte con monosílabos.
Siento ser tan aburrido.
Qué difícil es leer una sola palabra.
Qué difícil que mi cuerpo, el muerto, pueda mover un solo dedo,
freír un huevo,
comérselo.
Cualquier chiste es agotador.
Una muralla china se interpone entre las delicias y mi cuerpo.
Aquella simple tecla para alcanzarlas,
se hace una cima inexpugnable.
Ni siquiera siendo el gigantesco Iñaki Perurena,
podría levantar yo un simple metauniverso:
la mota de polvo.
No hay más remedio; la entropía me irá cercando.
Y yo me pregunto quién es él.
Quién es el diablo que nos roba el tiempo,
que absorbe nuestra la energía mientras dormimos,
que arranca lo mágico a la vida
y destroza nuestros cuerpos para dejarlos por ahí tirados.
¿Quién es?
Debe tener rostro, voz.
Tenemos el deber de señalarle con el dedo,
de revolvernos.
Si lo hacemos, seguro que guardará sus violencias en el bolsillo.
Quizá tengamos que perseguirle,
a pesar de que él corra más rápido,
a pesar de nuestro cansancio.
Dejarle caer al Tártaro.
Cerrar sus puertas para siempre, para que no escape,
y que un coloso enorme, insomne, podría ser cualquiera,
vigile sus puertas.
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