Para mí eran los errantes.
Seres ridículos y siempre a la deriva.
Cayendo siempre en la desgracia,
solos,
deambulando de un lugar a otro, sin sentido,
cada vez más lejos del centro de la ciudad.
Fuera, más allá del gran muro, en sus casitas de escombro,
ahora están juntos.
Sacan a escondidas bollos de crema,
y hacen fiestas de amaretto a la noche.
Al amanecer, se elevan al cielo señales de humo.
Son palabras,
gigantescas,
para que las pueda ver el mundo.
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