Cada día, un milímetro más alejado del centro,
hasta llegar al páramo, donde siempre sopla el viento,
donde no existe el precio.
Tras la cortina ella,
en lo oscuro, brillando como la promesa.
Sólo tengo el bollo de crema que me llevé de la tienda en mi huida
y una botella vacía de Amaretto.
Compartimos.
Duermo abrazado a su cuerpo.
Es real.
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