Abro los ojos. He llegado.
Miro a mi alrededor, me duele algo la cabeza.
He dormido poco, quizá no debí entregarme al kalimotxo,
ni liarme con los cigarritos, como un condenado a muerte.
Abro los ojos: acontecimientos asombrosos se suceden durante mis cuarenta y siete.
Quizá en estos momentos un gran meteoro esté cruzando el horizonte,
y un gran arco iris nocturno, se aparezca, a plena luz del día, en el gran Mandril.
Quizá ocurra que yo esté naciendo, no puedo descartar esta hipótesis.
La probabilidad de que una masa crítica de mi mismo, me desborde.
Los cuarenta y siete no deberían ser, tan solo, la llegada a la tierra de la degradación,
y el desvanecimiento de lo juvenil,
algo de maravilla tendrá todo esto.
Abro los ojos con la esperanza de haber llegado a otro lugar,
y sin embargo todo permanece exactamente en el mismo sitio que antes,
como si nada hubiera cambiado.
No me engaño. La realidad se encuentra en todos los lados,
pero sobre todo fuera de mi vista.
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