Cuanto más nos celebran las encuestas,
el gran megáfono de la ciudad, avisa de todos los peligros.
Que yo no exista,
que la poesía sólo pueda habitar en el cálido hogar
de la esfera de lo íntimo
asomándose tímidamente por la ventana de lo real,
no quiere decir que haya de permanecer siempre allí, encerrada.
Tiene derecho a serpentear las calles,
a obtener su cuerpo y a envolverte.
A hablar alto, bien alto, para que la oigan todos.
A llegar hasta la misma puerta del parlamento.
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