Nada, que no me hace caso.
Se mueve entre mis dedos, sin temor alguno.
No parece que vaya corriendo a contar a sus amigas, que ha visto a Dios.
Podría en cualquier momento destruirla,
soplar,
enviarla lejos,
ay,
y arrancar sus ojos.
¿Pero por qué iba a hacerlo?
A veces muerde. Cree que solo soy un trozo de carne.
Y sin embargo, nunca me ha visto.
Nunca ha visto al gigante amable que se encuentra a su lado.
Infinita paciencia la mía. Querer ser su amigo.
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