He dibujado mis mejores monigotes en tu vientre,
¡oh, socialismo!,
creador de toda biblioteca y parque público,
abierto a todos.
Adiós.
Me despido.
Que tengo que entregar mis hijos a Moloch, que me espera,
a las tres en punto,
que expulsa y aniquila a los unos y me mata un poco.
Que me arranca la voluntad, que me transforma en otro,
quizá en robot,
y acudo, a pesar de todo.
Mis pobres niños muertos.
Y le encendemos velas.
Y gritamos su nombre, que vuelva,
en largas marchas, por las calles del gran Mandril
en cuanto sentimos su ausencia.
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