lunes, 16 de noviembre de 2015

¡Petróleo en Mongolia!

La guerra mundial comenzó en un lugar inesperado, lejano, en un barrio residencial de Ulán Bator.
Con mi televisor a oscuras, siempre me entero demasiado tarde de las cosas.

Bajo una trampilla oculto, sin apenas luz, se escondía el mal agachado y asustado, fumado mucho.

Murió durante el bombardeo de Mongolia, como represalia. No quedó ningún trozo de su cuerpo, como si no hubiera existido, pero siempre aparece otro.

 Estamos rodeados de mongoles por todos los lados.
De los otros,
de seres que hablan raro,
que adoran estatuillas de monstruos,
que se comen a los niños crudos, sin apenas tostar.

El mongol es eso que no tiene dientes, que busca entre la basura, que construye sus propias cárceles donde pasar las noches. Que hace el mal por el mal, por aburrimiento, porque está loco, porque una mañana se levantó siendo un fanático, sin ganas de ser otra cosa. Es una masa informe, verde, que deja un rastro de baba por donde pasa.

Los mongoles se repueblan. Aparecen en los espejos.

Yo no quería ser mongol, pero ahora lo soy. Me lo dijo un amigo que tenía la televisión encendida.

No sé como pudo ocurrir. Quizá tenga un mundo de petróleo bajo los pies.




















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