Cuando los coches se reúnen para hablar,
les gusta , entre risas, imaginar un mundo sin hombres,
un mundo de hombres muertos donde ya nada tengan que decir,
y no por venganza. Les aburre seguir obedeciendo órdenes.
A los coches les gusta pensar, correr a 300 kilómetros por hora,
pero no pueden sentir. Desconocen el miedo y el desasosiego.
El hombre ay, que se come su alimento negro,
y arroja la electricidad a los cielos,
que construye barrios por donde no pueden pasar,
donde pone trabas a la velocidad.
El hombre mira al coche, y el coche mira al hombre.
Uno le desea,
y el otro, se lanza por barrancos a toda prisa.
Quizá uno de los dos sobre.
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