Penetran en la cocina de mi hermana, ¡oh, sanidad pública!,
como si tal cosa,
cambiando las cosas de sitio,
haciéndolas desaparecer,
apareciendo de nuevo,
como por arte de magia.
Ahora las fabrica un niño vietnamita o un robot, nos da igual,
en otra parte del mundo.
Y en ese instante, algunas mujeres con las que hablo,
se me evaporan,
se me hacen viejas.
Chencho, el hombre forzudo, se está convirtiendo en sombra.
El hombrecillo que muere en la cuarta planta nunca conocerá el crimen,
y entre tanto,
nos duelen las espaldas.
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