sábado, 11 de febrero de 2017

Aparición del espíritu de una taza del Ikea



Los primeros en llegar  fueron los dioses.
Después los reyes. 
También los sacerdotes quisieron ser eternos,
y más tarde la plebe, que exigió con fuego su trozo de alma.

Después, a más distancia, Los Otros, las mujeres, los niños.
Los híbridos de las colonias.

Y ahora ha llegado el tiempo de las cosas.

Nos arrodillábamos ante su imagen.
Había algo de sagrado en ellas.
Tenían rostro de vírgenes y santos.

Después llegó el aura de la mercancía.

Hasta que ayer ocurrió lo inevitable:
se me apareció el espíritu de una taza desgastada y en uso del Ikea.
En otras palabras, cualquier cosa.
A estas alturas podría estar muerta, y sin embargo me observa.
No es que respire, todavía no habla,
pero anuncia su llegada, quizá por miles.

¿Podría ser la divinidad de las tazas?
¿Su ser auténtico?
No es fácil destruirla en cuanto que ya  tiene su propio rostro y mirada.

Es hija de las máquinas, de seres sin tiempo, muy parecidos a mí,
y simultaneamente, también es hija del tiempo libre.

Si no me equivoco, es el preámbulo de Nuestra Señora de la Renta Básica.












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