Desbordado por las florecientes ruinas que brotan del pecho
a las que llamo miedo
y que me arrastran siempre al abandono,
hice oídos sordos.
Ahora ando perplejo,
pues caí en la sorpresa,
en lo delicioso.
Todavía aturdido.
A usted se lo debo, aunque no lo sepa,
aunque no mire a mis ojos de misántropo.
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