Vi tu rostro en el manantial.
Escuché de tu boca la palabra secreta que agita las células y enloquece al hombre.
Pensé que te había encontrado
que eras parte del bosque,
que ya no tendría que dar más vueltas al mundo, inútilmente,
que podría envejecer y morir aquí mismo, rodeado de a tu lado.
Que esta vez, sí, había llegado a la tierra prometida.
Y cuando te fui a besar, me rechazaste.
Te desvaneciste de entre mis brazos.
Y de ti, sólo quedan las pisadas que escucho de continuo en la noche,
que me siguen, que persiguen,
pero no hay nadie.
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