A pesar agitar los brazos delante tuya, nunca me viste.
Quizá porque un turbulento rio se interponía entre nosotros,
ese, el de la vida,
el que me convertirá en ahogado algún día,
en cuarentagenario, cubierto de algas y barros, y pelo desenfado en tu orilla,
esperando las intermitencias de Saramago,
donde la muerte se enamoraba de un violonchelista.
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