Somos millones, no podemos estar solos.
Quizá resulte que todo ocurra por una avioneta nocturna
que espolvorea de soledades la ciudad,
como si fueran diminutas partículas, que atraviesan nuestra piel y nuestros pechos.
No podemos estar solos, eso es imposible, somos demasiados,
a no ser que una fábrica de melancolía irradie mantos de soledad
que nos envuelve en las camas,
al despertar,
al caer la noche.
O quizá tan solo sea el espíritu de este tiempo.
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