El pueblo se merece unos pies.
Porque con los pies, mera apariencia del ir despacio,
se viaja mucho más deprisa que en avión supersónico.
Y mientras llegamos,
podremos entretenernos con cualquier cosa por el camino.
Beber agua de la fuente, por ejemplo.
Porque cuando vuelvan los pies, volverán las fuentes.
Holgazanearemos en la sombra, si nos apetece.
Porque desde que el pueblo no tiene pies,
cada día hay menos árboles y soportales por donde pasear.
Tendremos pies de nuevo cuando vuelvan los árboles.
Entonces podremos ir juntos.
Nos os dais cuenta que desde que el pueblo no tiene pies,
estamos todos más solos y separados.
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