Hubo un día que tuve una lectora, pero se fue.
Me dijo adiós plácidamente.
Y ahora escribo a nadie, aunque no sé si eso es posible.
Quizá a los hombres del futuro, cuando les llegue esta carta,
para que sepan que un día existí. Que pasé la vida dando vueltas en la noche,
alrededor del fuego.
Quizá escriba a una mujer, que todavía no existe, que todavía no tiene ojos, ni piel, ni labios.
Hay días que miro bajo mi cama, por si acaso se estuviera allí formando,
en una masa informe de espuma,
como en esas películas de seres de otros mundos que llegan como semillas desde el espacio.
Vale, no está, fue una fantasía,
pero ahora que sé como se comporta el azar, me quiero enamorar de él, el signo de lo más democrático,
inclusivo,
con su dedo mágico, al que yo quiero tanto.
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