La entrada es como una espiral que me arrastra, e inmediatamente ceso de envejecer.
Abro el cuaderno fantástico, y encuentro a las mujeres que he amado
siempre dispuestas a emborracharse conmigo.
Mantenemos interminables discusiones sobre lo personal y lo político,
y al fina,l siempre acabamos en mi cama, la del muelle,
que me recuerda mi breve existencia.
Allí no existe el tal dios, pero hacemos magia.
Las delicias me esperan, me acechan, y yo me dejo atrapar.
Dejo de sentirme herido por la dopamina.
Siempre hay cosas que hacer.
Los recuerdos sobreviven al flujo imparable de lo borroso.
Se me dispara la inteligencia. El conocimiento brota de mis poros.
Mi boca deja de tartamudear. Ya no existe la indecisión.
Todo es más fácil. Se agota el cansancio.
Soy leve.
Frágil.
Indestructible.
Si me rompiera en miles de trozos, me recompondría al instante.
Puedo quedarme mirando horas a una compañera salida de un cajón,
sin sentir el aliento del gran afanador que me roba el tiempo.
Me gusta ver como hace sus cosas, mientras mis dedos se mueven solos.
Hermética, a prueba de bombas nucleares, llegará al futuro.
Abriré la puerta.
Donde me están por fin esperando.
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