A veces me acuerdo de ella, de sus nombres falsos del mundo cuántico,
la que llegó inesperadamente y me agarró de una tripa, asustándome,
y después desapareció, de repente,
como si se la hubieran tragado los mares.
Quizá solo esté enredada en una nube de electrones.
Pero sucedió que se fue, que dejó sus palabras en el aire, y se desvaneció.
Y sin embargo, no era una mujer cibernética.
Era inventora. Cosía letras y las daba forma.
Estará en algún lugar, supongo,
quizá en la realidad, viva, espero,
o dormida para siempre, en la ficción.
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