El futuro tendrá la forma del pie,
de una normativa por la cual, brotarán bancos y fuentes en las calles,
cada tantos tiempos y metros.
Los burócratas y los vecinos, vigilarán las sombras,
se encargarán de que haya árboles a tu paso,
soportales, para la nieve y el frío,
y el paseante, no tendrá necesariamente que ser arrojado al margen.
Podrá ocupar el centro, si le apetece.
Y tumbarse en islas de césped, pensadas por él, a mitad de su infinito camino.
Y de repente, la ciudad se convertirá en otros mundos, en silencio, por ejemplo,
para descansar la mente,
e invitar al pensamiento.
Lugares donde el paseante no sea el solitario, sino que esté llamado al encuentro,
a conversaciones sentimentales y de ingenio, donde haga aparición el deseo.
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