Escucho la carcajada lunática de lo natural
arrastrando continentes, cortando cabezas, explotando mundos.
Debe ser el noúmeno ese del que hablaba Kant, que lo envuelve todo.
El aspecto de la realidad.
Así que dibujo un garabato con barba blanca que me saluda a distancia
y lo enmarco.
Ahora tiene poderes mágicos y lo explica todo. Me sobrevuela.
Me promete un paraíso artificial para cuando me falten las fuerzas:
un piso en un barrio marginal,
un trabajo delirante a cincuenta grados de temperatura.
Y yo me encuentro rodeado siempre
entre la amenaza de lo real y la distopía de la actualidad.
Entre un garabato y un noúmeno sinsentido.
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