miércoles, 17 de agosto de 2016

Hola, hombres del futuro

Hola, hombres del futuro.
Disculpad de antemano si es que algún día me encontráis
en los restos de la arqueología.

Quisiera advertiros sobre la verdad,
para que no perdáis el tiempo buscado en el mapa falso:

no busquéis, no,  en las metáforas ni en la ficción.
Las escribí para los otros, los ahora muertos.
Solo algunos contemporáneos las conocieron.

No lo hagáis.
No perdáis el tiempo en lo asombroso 
ni en mi aventura.
Por más que hable de este tiempo,
por más significantes que sean,
allí no se encuentra lo realmente cierto.

La verdad tenía otra forma; la de lo mediocre.
Se repetía siempre, y nunca hablé de ello.
En lo cotidiano, por ejemplo,
en un millón de transportes,  en los viajes del metro,
en mi cuaderno,
en ese run run, el eco de la muerte, siempre acechando desde niño.
Lo real era la búsqueda constante del aprecio,
de mujeres que me revolvieran el pelo,
del minutero, siempre corriendo, más deprisa que yo.
Lo cotidiano era este trabajo que agotaba mi cuerpo,
cada día más pesado.
El aire denso, siempre denso, que envolvía a los de abajo,
y no nos dejaba respirar. 
Ese espejo que me devolvía todos los días un rostro más viejo.
Lo cotidiano era la búsqueda de sentido, de un milímetro de trascendencia,
de lo mundano.
Cualquier perturbación podía hacer temblar el suelo.
Cualquier gesto ser la noticia que me arrancara los sueños.
En cualquier momento podía desaparecer, lo sé, como arte de magia,
en un chasquido de dedos.

Y de repente una sombra.
Como si jamás hubiera estado aquí.

Si queréis saber de verdad de cómo era este tiempo;

era lo que a nadie importa

y la soledad siempre llegaba al caer la noche.






 


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