Era entonces de piel tersa, zampabollos,
el invisible,
refractario al trabajo,
y luditta de corazón.
Qué dulce enemigo de la maquina yo era, y sin embargo nadie lo sabía.
Pasé mi juventud dibujando tebeos, fotografiando el mundo, abriendo los ojos.
Después, caí como los otros en el delirante sueño del trabajo alienado
que se lleva el tiempo, donde uno siempre pierde,
el que te arranca con saña la juventud,
el que me quita el nombre y me convierte en el Otro.
Algún día me llamaré despojo, lo sé.
Larga noche esta, la de los muertos,
donde espero la llegada de Mi Señora, como un milagro.
Moriré sin verla, me temo, atrapada en lo profundo del Tártaro.
Escucho sus voces, avisando a la plebe,
y nadie viene.
Que sean robots los que acudan a su rescate, qué paradoja.
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