Han sido muchas las veces que el azar trajo hasta mí
el misterioso peluquín.
Como el día que apareció olvidado en el autobús,
o al despertar tras una noche interminable y agitada,
junto a mi almohada.
El lugar de las apariciones no es lo importante,
sino que en algún momento del devenir cósmico,
llegó a mi lado,
y me observa atento con sus ojos enormes asombrados,
si es que los peluquines tienen ojos.
El peluquín lo que desea es mi cabeza, o la tuya por ejemplo.
Y yo obedecería si no temiera por mi identidad, por convertirme en otro.
El peluquín lo que desea es mi cabeza, y me promete regalos fantásticos.
Y yo me pregunto a quién perteneció.
Quizá a otros como yo.
Quizá a nadie, porque pasó de mano en mano siempre,
y jamás nadie se atrevió.
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