Que no me oigas, no significa que carezca del poder de la palabra.
Aquí estoy, escribiéndote. Si me oyeras, te hablaría mirándote esquivo a los ojos,
con mi voz quebrada, al borde del llanto.
Que sea negro como las profundidades del Tártaro,
no quiere decir que me apetezca pasar la vida en los infiernos,
deseo, como todos, pasar mis restos en el cielo.
Que te parezca insignificante, no es nada.
Que no me veas, no prueba que yo no exista,
o haya caído en los abismos de lo microscópico;
solo dice que te has vuelto rematadamente loco,
o caminas por el mundo dando palos de ciego.
Me enfrento a ti, al que se hace llamar el hombre,
al que cree que tiene la suerte del alma.
Es cierto.
Posees la bomba atómica.
Resolverlo todo con un simple golpe,
en vez de tomarnos juntos algunos litros de cerveza.
Cosa impensable.
Pobre de ti.
Crees que perteneces al partido de los patricios, mera ficción.
Simplemente te estás desintegrando ante mis ojos.
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