Recibo cartas de curiosos,
de gentes que desean fotografiarse conmigo,
por mi rareza, supongo.
En cierta manera, esta ridícula pequeñez me ha hecho algo más alto.
Me he convertido en espectáculo. En imagen inflamada.
Cuando era absolutamente normal, era del todo invisible,
si es que se puede ser normal siendo invisible.
Imagino que mi trabajo tenía algo que ver con mi transparencia.
O quizá mi sueldo, en continuo declinar.
Me escribe una chica preguntando si conservaré mi relación.
Desde mi afección he podido comprobar algunas cosas,
por ejemplo,
que la realidad se transforma al atravesar los umbrales.
¿Qué amor podría ser aquel de tan solo doce centímetros?
Me parezco más a un tamagotchi que a un amante.
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