Pronto volveré al trabajo.
Ayer me faltaba aire, durante al siesta,
antes de ayer, en la biblioteca.
Solo con pensarlo boqueo como un pez.
Me avergüenza arrodillarme ante la diosa fortuna,
solicitarle compasión,
que me acaricie la frente,
y me elija a mí, en vez de a otro.
Qué humillación.
Mejor sería enfrentarme a los dioses, aunque sea a escondidas,
irrumpir en el Olimpo, enmascarado,
mientras duermen.
Llevarme la vajilla dispuesta para la ambrosía o el néctar.
Que se vayan a sus casas Hebe y Ganímides.
Ya han hecho suficiente el canelo.
Que despierten los dioses en su pesadilla:
que el vellocinio, que colgaba del árbol de la vida,
haya sido devuelto a los hombres,
y las cadenas de Prometeo se hayan roto para siempre.
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