Siempre, oh, usted, el innombrable,
me deja un buen sabor de boca al despedirnos.
Un regusto dulce,
el placer atropellado de las palabras
y de algunas cervezas.
Tengo tantas cosas que contarle:
El libro que leí,
algún proyecto a medias, entusiasmante,
el miedo a que llegue Tánatos, inesperadamente,
o el terrible Moloch.
Las cosas de la vida.
Me entretengo de vuela a casa pensando en usted,
en alguno de sus gestos, como siempre.
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