La temperatura es agradable,
no es preciso que estrangule
ni desuelle a uno de mis vecinos para cubrirme con sus pieles.
Pero tengo hambre.
Han desaparecido los puñales,
el uranio enriquecido,
las refinerías,
y el metraquilato,
pero el apetito continúa.
Voy al frigorífico,
pero la nevera ya no existe.
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