Ni idea qué edad tendría entonces,
ocho o nueve años, quizá.
Echaban en la tele una serie de un robot humanoide,
en horario infantil,
que tenía memoria fotográfica.
Y yo hice algo parecido.
Comencé a fotografiar el mundo con la mirada
Era un experimento durante una mañana, clara.
Abrí y cerré los ojos como si de un obturador se tratara,
y funcionó.
Quedó grabado todo.
El coche,
la puerta,
el volante,
algún pequeño detalle:
la manivela que bajaba y subía la ventanilla.
Y desde entonces nada,
aunque me hubiera gustado
retratar con la mirada a mis amigos.
Decirles, "Espera, te voy a hacer una foto con la mente",
y abrir y cerrar los ojos para sorpresa de todos.
.
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