Cien años de diferencia de edad, no es nada,
veinte mil kilómetros, qué importan.
Que usted viva en el Ártico
y yo en una remota isla de la Polinesia,
no debería separarnos.
Qué más da que no me quiera,
que no sienta el menor deseo por mí.
Que se haya atrevido a escribirme, sé reconocérselo.
Apenas importa que se vea a quilómetros su desgana,
que a sus palabras les falte la inercia del juego.
Usted que me escribe, claro, por algún motivo,
pero no sé muy bien el por qué,
y sin embargo se despide todos los días con un beso.
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