Como si el planeta se hubiera inflado
y las distancias se multiplicaran por diez, o cien,
quién sabe.
Llevo dos días sin ver a nadie.
Ya os lo digo yo,
creo que el bosque del paraíso es infinito.
¿Qué ocurrirá cuando llegue a su centro?
Sigo oyendo pisadas tras de mí.
Al principio pensaba que era la soledad
o la melancolía las que me seguían.
Ya lo saben ustedes.
Estamos atados a ellas de por vida.
Es imposible alejarse,
estarán conmigo hasta el mismo día de la muerte.
Serán los últimos rostros que vea antes de morir.
Y sin embargo, esas pisadas son graves.
Pesan.
Caen.
Como de una enorme bestia
que me acecha sin rubor ni sigilo.
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